domingo, 12 de febrero de 2017

Tarde para la ira, y noche para el cine

Amaneció un sábado lluvioso, justo después de haberme quitado de encima el examen de la UNED. El cansancio de una semana de intenso estudio, me demandaba un plan tranquilo para la noche. ¿Qué mejor que ir al cine? Había pasado toda la semana vigilando la cartelera, observando cómo la ganadora del Goya a la mejor película permanecía en exhibición en dos salas, temblando porque la fueran a retirar antes de que pudiera ir a verla... como ya me pasó la anterior vez.
Cartel de Tarde para la ira
Y es que Tarde para la ira estuvo poco tiempo (y en pocas pantallas, y con pocos pases) en los cines de Zaragoza cuando se estrenó. O al menos eso me pareció a mí, porque el día que quise ir, ya había desaparecido. Me fastidió mucho, porque realmente tenía muchas ganas de ver a Raúl Arévalo al otro lado de la cámara. Así que, cuando ganó el gran premio del cine español, me alegré mucho, principalmente porque sabía que eso significaba que volvería a tener la oportunidad de ir al cine a disfrutarla. Aunque, aquí, en mi ciudad, tan sólo se ofrecía en dos pantallas y con un horario más que limitado. Tuvimos que ir hasta Plaza (lejos, para los que no seáis de aquí), llegar justos de tiempo, pagar el precio completo porque en Yelmo Cines no aceptan el carnet joven (¿por qué? Con el poco tiempo que me queda para disfrutarlo y me quitan una oportunidad), abonar un precio desorbitado por unas palomitas, un refresco y un botellín de agua (era la hora de cenar, algo teníamos que comer) y entrar con la sala a oscuras pues ya había empezado la proyección, algo que odio. Benditos anuncios que permitieron que la pudiéramos visionar entera. A mí me gusta ver trailers en el cine, soy así de rara. Lo que no me agrada nada es que me pongan los mismos anuncios que ya veo en la televisión, yo voy a disfrutar un rato del séptimo arte, por favor, no me interesa la publicidad de coches.
Y volviendo ya a la película, Raúl Arévalo como actor me encanta, y, sinceramente ahora que lo he visto en el papel de director, no sé de qué manera lo prefiero. Se nota que él sabe de esto, que ha consumido cine hasta la saciedad y que ha aprendido de los directores con los que ha trabajado. Lo demuestra la manera en la que maneja la tensión, la forma de narrar la historia, el trabajo impecable de los actores, la manera de retratar los sentimientos de los personajes. Muy bien, Raúl, muy bien. Me alegro de que la Academia te reconociera el trabajo que hiciste. Si esta es tu ópera prima, ¿qué vas a hacer después? Espero ansiosa para verlo.
En cuanto a los actores, Antonio de la Torre está fantástico, como en todas las películas en las que lo he visto. Este género se le da especialmente bien, pero no me olvido de ese despreciable personaje de Gordos, cínico y egoísta, que tan bien interpretó. Esta vez no te llevaste el Goya, no puede ser todos los años.
El que sí que se lo llevó fue Manolo Solo, como actor secundario. Un papel corto, tanto que llamarlo secundario a mí se me hace grande, pero bueno, es cierto que el rato que aparece en pantalla es uno de los mejores de la película, aunque sinceramente, a mí me parece que lo es gracias a Antonio de la Torre y, sobre todo, a Luis Callejo. Tal vez la gente no coincida conmigo, pero Luis Callejo tiene mucha culpa de que la película funcione. Sobre todo esa parte, su mirada, junto con la música y la cara de póker de Antonio, hacen que la tensión llegue a la cumbre. Yo me removía en el asiento, “¿será capaz de hacerlo o no?”, me preguntaba. No soy más precisa por no hacer spoiler. Sí diré que, al final, José (Antonio de la Torre), lo hace, ante la incrédula mirada de un Curro (Luis Callejo), que espera atónito a que todo termine.
Y a partir de aquí todo cambia. Pasamos del orden al caos, de la armonía al desequilibrio, de la paz a la lucha, de la preparación a la acción, de la contención a la ira. Pero una ira sosegada, medida. Una furia que el personaje de José ha acumulado, ha guardado para sí, la ha hecho suya y sabe gestionarla tan bien que tú, como espectador, y Curro, como testigo, te sorprendes, pues esperas que él se muestre como un desequilibrado, como un demente, pero no, el personaje te parece excesivamente normal. Y eso te agita por dentro, te conmueve, y te hace sentir y pensar. Algo indispensable en una película, al menos para mí, que no me deje fría. Que salga del cine y algo haya cambiado.
José está tan obsesionado con llevar a cabo su venganza que todo lo demás le da igual. Pero a ti no. Tú eres consciente de todo lo que se está rompiendo, de cómo José arrasa con todo, hasta consigo mismo, todo con un traje de pasividad inaudita. Y sientes pena por él. Sobre todo en esa una escena en la que le relata a Curro por qué lo hace, cómo está deshecho por dentro, vacío, tanto que no le importa lo que a él le pase. Sólo quiere acabar.
Arévalo nos muestra una parte de la sociedad que ha aprendido a sobrevivir a base de la delincuencia. Es tan realista el retrato que se hace, que a veces llega a lo grotesco, y con eso consigue un efecto de rechazo en los que asistimos a la narración. La historia empieza en un barrio de clase media-baja, con gente que vive con lo justo, y que es feliz. Feliz porque ha hecho lo que tenía que hacer para salir adelante, y se ha perdonado los errores. Pero José no ha olvidado lo que hicieron, y hará justicia.
No os engañéis, no es una película de mucha acción. Yo diría que es un filme que se basa en la tensión, en tener al espectador en vilo. El manejo de los planos, del sonido, la música, produce la sensación de estar al borde del abismo gran parte del metraje, hasta que, Arévalo, en ocasiones nos deja caer y otras nos da la mano para rescatarnos.
Por sacarle algo negativo, diré que a mí no me queda muy claro por qué se realiza el atraco a la joyería que desencadena todo y cómo convencen a Curro para que participe. Igual me perdí algo masticando palomitas y no me enteré. Además, aunque a mí me haya gustado mucho, he de decir que los que estaban delante de nosotros salieron de la sala diciendo que había sido horrible. Como ya dije con La la land, para gustos, colores.
Durante los alrededor de noventa minutos (duración perfecta, no hacía falta más, y tampoco menos) en los que se extiende la cinta, Arévalo nos enseña tan sólo el desenlace de un plan que llevaba ocho años fraguándose. Es la historia de un hombre tranquilo, apacible, al que por dentro le bulle la rabia, hasta que explosiona en silencio. Y eso te hace cuestionarte hasta qué punto conocemos a las personas, cuánto ocultamos y qué dejamos ver a los demás.

Es un filme cuya estética recuerda mucho a La isla mínima  y tal vez a No habrá paz para los malvados, pero que Raúl Arévalo ha sabido llevar a su terreno, con un estilo que tiene ese toque personal que le hace falta a un buen director. Así que, ¿para cuándo la próxima, Raúl?
Raúl Arévalo con su Goya a mejor director novel

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