martes, 17 de junio de 2014

Devuélvemela mañana

La inspiración se ha escapado. Tal vez fue por la ventana abierta, salió volando en un suspiro y buscó un artista en el que posarse. Pero en mí ya no está. Me ha abandonado a mi suerte con el ordenador delante y las teclas como enemigas. Las acaricio y siento su tacto, pienso que si paseo las yemas de mis dedos sobre ellas mis manos se pondrán  a escribir solas un relato con o sin sentido. Pero no es así.
Tampoco ha funcionado escuchar música, la verdad es que eso nunca me ayuda. Las notas me enredan mientras forman acordes y bailo en su pentagrama en vez de concentrarme en la página en blanco. Son dos actividades que sólo pueden convivir si una prevalece de forma muy evidente sobre la otra. Es decir, cuando estoy tan iluminada que no pararía de redactar ni aunque un huracán arrollara mi casa. Todo se destruiría, pero ahí quedaríamos nosotros tres: el ordenador, mi desatada imaginación y yo.
La siguiente opción es mirar a mi alrededor. Pero poco pasa en esta revuelta tarde de junio. Los árboles se bambolean obligados por el viento. La gente pasea, los niños ríen. El bar de enfrente vive esplendoroso su mejor época, el verano. Momento en que decidimos bajar a la calle y consumir refrescos, cañas, helados. El aire no aplaca este sublime placer de quedar “a tomar algo”. Y menos en Zaragoza, si no te adaptas al condenado cierzo mejor será que te mudes. La capital aragonesa podrá cambiar en muchas cosas, pero él estará siempre ahí de testigo, haciendo que peinarse sea una afición en vez de una obligación, porque para lo que te va a durar…

Es posible que haya sido ese aire el que se ha llevado a mis musas. ¿Dónde estarán? Quizá acompañen a un músico obstinado en componer una pegadiza melodía. A una bailarina que trata de superarse exigiéndose mucho más de lo que su cuerpo aguanta. A un científico, a un inventor, a un soñador que quiere cambiar el mundo. Sea quien sea el que tenga mi inspiración, por favor, aprovéchala bien y, sobre todo, devuélvemela mañana.

martes, 10 de junio de 2014

La mirada de Miguel Mena

Todas las miradas del mundo de Miguel Mena deja un sabor agridulce. Se trata de una crónica minuciosa sobre lo que acontecía en los tiempos de Naranjito en nuestro país. De telón de fondo encontramos la inseguridad. La inseguridad que vivía la población, la policía, el mundo en general.
Mena relata con la excusa del mundial de 1982 un mosaico de historias que juntas contemplan una sola, la de España. Un país hundido por el terrorismo, la droga, los fascistas empeñados en volver al régimen anterior, la colza y unas fuerzas de seguridad deshechas por la incapacidad de defender a la ciudadanía, azotadas por las muertes de sus compañeros día sí y día también.
Y más allá de eso, una narración de los sucesos internacionales que rodeaban nuestra península, empapados por la guerra entre comunismo y capitalismo. Un país dividido, un mundo dividido que estalla en un mundial de fútbol cuando desaparece un miembro de la delegación neozelandesa. El inspector Mainar es el encargado de investigar el caso, pretexto para repasar la historia.

El autor narra con acierto los hechos, entremezclando las voces de todos los personajes hasta completar un puzle en el que la última pieza cae como una losa cruel sobre el lector, impregnándonos de una sensación de dolorosa impotencia.