martes, 22 de abril de 2014

Cuando era capaz de soñar...

Todo era mejor cuando era capaz de soñar. Cuando vivía de la ilusión. Cuando me embriagaba el pensar cómo sería mi vida. Divagar sobre lo que me podría encontrar a la vuelta de cada esquina, mirar con los ojos cargados de fantasía y componer mis propias canciones al son del poder de mi imaginación.
Todo era mejor cuando me levantaba con una utopía en mente cada mañana. Cuando confiaba en que mis deseos se convertirían en realidad. Cuando conservaba la esperanza aunque todo estuviera en mi contra. Cuando tenía ganas y fuerzas para luchar.
Ahora mi vida es, ya no puede ser. De repente no cabe en mi boca el futuro, tan sólo el presente. Ya no hay proyectos imposibles o viajes lejanos. Dejé lo onírico por lo empírico. La batalla del corazón contra la razón se ha saldado a favor del equipo visitante. Maldito intruso. Yo no quería crecer, pero he crecido. Yo ansiaba ser Peter Pan y resulta que soy Wendy.
El largo plazo cada día es más largo, pero hay que ir paso a paso, sobre seguro, sin saltar muy alto, no sea que nos hagamos daño. Cada vez menos derechos, cada vez más obligaciones. Se repite el ‘tengo que’, se aleja el ‘quiero que’.
Y yo me pregunto ¿por qué? ¿Por qué no hacer lo que uno desea sin mirar si compensa o no? ¿Por qué los adultos no saltamos sobre los charcos, si no que los bordeamos como si fueran tóxicos o venenosos? ¿Por qué tanta verdura y tan poco chocolate? ¿Por qué hemos dejado de jugar y sólo trabajamos? ¿Por qué tenemos que medir los planes cuando en nuestra cabeza cabe todo? ¿Por qué no afirmar que podemos volar si de verdad podemos soñar que lo hacemos?
Yo anoche volé en mis sueños. La gravedad no existe en mi imaginación. El mundo que podemos crear dentro de nosotros es inabarcable. Los juegos son el alimento del alma. Lo dulce siempre es placentero, y lo placentero, te hace feliz. Lo único venenoso en este mundo es rendirse y dejar de perseguir quimeras. Lo que realmente compensa en esta vida es lo que nos hace sonreír. O llorar. O emocionarnos. O enfadarnos. O enrabiarnos. O extasiarnos. En definitiva, lo que nos hace sentir. La anestesia es mala compañera.
Hoy he decidido volver a escribir. Mi sueño. Mi ilusión. Sé que nunca dejé de hacerlo. Cada día recitaba unas líneas en mi corazón y las guardaba bajo llave en el alma, a la espera de que alguien me dijera, ‘ya puedes hacerlo’. Pero ya no necesito permiso. Me lo he dado yo misma. ¿Por qué temer el fracaso, si no intentarlo ya lo es?

El mundo era mejor cuando era capaz de soñar. Y ya os he dicho que anoche soñé que volaba. Sigo aquí, con los pies en el suelo, y la cabeza en las nubes.