miércoles, 12 de noviembre de 2014

Todos ciegos, sordos, mudos

Llevaba tiempo sin actualizar el blog. Podríamos decir que por falta de temas sobre los que hablar, y ante el miedo de transmitir siempre lo mismo y pecar de pesada, parece mejor callarse y respetar la quietud. Como dicen: si lo que tienes que decir no es más bello que el silencio, no lo digas. Cabe la posibilidad de que también me encontrara carente de la ilusión con la que lo abrí, el pobrecillo no tiene mucho éxito. Entono aquí el ‘mea culpa’, puede que yo no esté en la élite de los escritores, estoy ensayando, estoy aprendiendo, como todos nosotros, y digo todos porque os contaré un secreto: en la vida nunca se conoce lo suficiente. Aunque, bien mirado, el motivo que me ha llevado a abandonarlo durante tanto tiempo es que he estado ocupada escribiendo algo distinto, un proyecto en el que llevo ya más de dos años y que no avanza tan rápido como a mí me gustaría, pero los días tienen veinticuatro horas, y por mucho que nos empeñemos en ampliarlas no hay negociación posible con el tiempo.
Lo que me ha traído hoy aquí es mi desencanto con la especie humana en general y mi necesidad de compartirlo con quien se asome por aquí. Es arriesgado generalizar, soy consciente, pero en varias ocasiones, muy cercanas, por desgracia, me he visto totalmente decepcionada por mis congéneres. Y para muestra, esa frase que cantamos cuando vemos un acto solidario: «aún hay esperanza»… un momento, meditémoslo un segundo, la bondad no debería ser algo extraordinario, debería ser la tónica general.
Por favor, no os sintáis aludidos. Como yo, perteneceréis a ese espectro de población que sí se comporta conforme a las normas y es capaz de ayudar cuando se percata de que es necesario. Y es que aquí no estoy hablando de irnos a África a combatir el ébola, valientes a los que admiro profundamente. Me refiero a algo mucho más sencillo y cercano que todos podemos practicar: el civismo.
¿O no es civismo ayudar cuando somos testigos de un incidente violento? Fijaos si ya es poco lo que pido, ni siquiera que nos metamos por medio, tan sólo que usemos los sentidos (y el móvil para llamar a la policía). Pero  no, parece mucho más fácil mirar para otro lado, o peor aún, ponerse del lado del más fuerte y hundir al débil.
¿Por qué cuando ven una injusticia, en vez de denunciarla, algunos se vuelven ciegos, sordos y mudos? ¿Tan malas personas son? O simplemente son... cobardes.
Por favor, a todas aquellas personas que alguna vez perdieron sus ojos, sus oídos y su boca, reflexionad, imaginad que el agredido es vuestro hijo o hija, vuestro padre o madre, vuestro hermano o hermana, vuestra pareja, vuestro abuelo o abuela, vuestro primo o prima, vuestro tío o tía, vuestro mejor amigo o amiga… Poneos en el lugar de esa persona y de sus familiares. Os gustaría que os ayudaran, ¿verdad? Todos estaréis pensando, qué estupidez, la gente no ignora estas situaciones, es imposible mantenerse al margen y huir… Os digo yo que sí, no que seáis vosotros los que deis media vuelta y continuéis con vuestra vida, pero los hay que así obran.

Y de esta despreciable manera hemos cimentado una sociedad en la que una persona que ayuda a otra es un héroe, residimos en un Gotham lleno de villanos pasivos.