viernes, 29 de agosto de 2014

La rescatadora de muñecas

Hacía calor, mucho. La niña jugaba en la orilla del mar creando castillos con cubitos que se derrumbaban porque la arena no estaba suficientemente húmeda. Pero ella era obstinada y no se rendía, tenía que crear una fortaleza para el Rey y la Reina, es decir, para la pala y el rastrillo, y era fundamental que tuviera cuatro torres en las cuatro esquinas de la muralla que defendería la residencia del interior.
Su madre se acercó a ella: «vamos a llamar a papá», la niña se levantó dejando de lado su construcción, hablar con su padre, que se había quedado trabajando y sin vacaciones, era mucho más importante. Se encaminaron hacia una cabina telefónica, ella avanzaba a pequeños saltitos, canturreando, de la mano de su progenitora. De repente, algo llamó su atención, en un banco del paseo había una muñeca, pequeñita, abandonada, triste. La chavalilla paró de golpe. La madre buscó con la mirada la causa y ella señaló al juguete, boquiabierta, sorprendida. «¿Quieres cogerla?», la respuesta fue sí, pero después pensó que tal vez la muñequita tuviera dueño y que si ella la raptaba podría causarle mucho dolor al chiquillo que la hubiera perdido, era muy posible que alguien fuera a buscarla en un rato. Así que la dejó allí y fueron a por un teléfono.
Habló con su padre de lo fantástico que era estar en la playa, ir a las ferias, jugar en el parque, comer gofres, pasear… A la vuelta casi había olvidado la muñeca, pero la volvió a ver, quieta en el banco, inerte, rogándole que la recogiera. Como si su madre hubiera leído su pensamiento le dijo «Si tuviera dueño ya hubiera vuelto a por ella, cógela». La niña corrió hacia el banco y la tomó tímidamente entre sus manos, como si estuviera robando. Se reunió con su madre y volvió a la playa. Allí se dio cuenta de que ese juguete había tenido dueño, un dueño malvado que había realizado una incisión de lado a lado del cuello de la muñequita. La había degollado. ¿Quién podía hacer eso a un juguete, al mejor compañero, al amigo silencioso con el que se podía contar, sobre el que se lloraba, con el que se reía…? La niña se estremeció ante tanta maldad.

Ya en casa su abuelo decidió ayudarle a curar a su nueva adquisición. Le puso una bufanda de cinta aislante a la muñeca para sanar la raja y le advirtió a la niña que jugara con cuidado, pues podía romperse del todo. «Eres toda una heroína, has rescatado a la muñequita de la muerte y le has dado una vida mejor, una segunda oportunidad», le hizo saber. La niña sonrió orgullosa y no se separó de ella nunca jamás.

martes, 5 de agosto de 2014

En busca del equilibrio perfecto

Hace un tiempo hablaba aquí del gato acróbata de mis vecinos de enfrente, el que se paseaba por la baranda de la terraza. Pues bien, me he dado cuenta de que yo hago como él. Y casi todas las personas lo hacen también. Estamos en una metafórica barandilla. Si caemos hacia dentro nos sentimos seguros y, por desgracia, aburridos, si es hacia fuera nos desprendemos hacia un agujero negro de amargura y soledad.
Por muy extraño que parezca, es el punto medio donde se encuentra la felicidad del ser humano. Quiero decir, el equilibrio entre lo que queremos y lo que podemos, lo que debemos ser y lo que ansiamos ser, lo que buscamos y con lo que nos encontramos. Allí está nuestro verdadero yo y con el que tenemos que convivir. Pero el camino a ser el gato circense que nunca se cae es difícil, no todos tenemos esa soltura para andar sobre tan estrecho trozo de metal. Hay algunos factores, comparables al viento en ese balcón de enfrente, que hacen peligrosa la búsqueda.
No todo sale como queremos que resulte. No todos llegamos a ser lo que deseamos ser. El bienestar lo alcanzan aquellos que encuentran el término medio, los que son capaces de luchar por sus sueños y, sobre todo, aceptar las derrotas. Asumir las frustraciones como parte del propio ser, hacerlas nuestras y aprender de ellas. Sólo así se puede seguir adelante y reiniciar el combate por otro proyecto.
Hay que adaptarse al medio, esto es la supervivencia. Si falla nuestro primer plan habrá que buscar un segundo. Las ilusiones nos mantienen en movimiento. El error es estancarse, compadecerse, hacer del fracaso nuestra seña de identidad y no algo que, a veces, sucede sin más. Todos perdemos batallas, incluso aquellos que se autodenominan triunfadores. Tenemos que sobreponernos, superarnos y sortear la caída libre, al pozo sin fondo, la tristeza.
Si por un casual habéis caído, tenéis que saber que nosotros no somos como los gatos. No tenemos siete vidas. Tenemos mil más. Hay que agarrarse a lo primero que veamos firme y trepar hasta nuestra propia barandilla. Nuestro suelo está mucho más abajo y no vamos a llegar a tocarlo. No lo haremos.
Y, sobre todo, sed conscientes de una cosa, cada uno es feliz de una manera, no os guiéis por lo que los demás crean que es lo mejor, nadie está equivocado, cada uno tiene su propio alféizar en el que batallar. No dejéis que menosprecien vuestros objetivos, son magníficamente diferentes, no son peores ni mejores.

Así que recordarlo, aferraos al equilibrio imposible. Convertid los sueños en metas y los errores en enseñanzas. Yo aún estoy aprendiendo a ello.