jueves, 8 de mayo de 2014

Niña guerrera

Habían venido a mitad de la noche y le habían arrebatado a sus padres, y junto con ellos, la niñez. Entraron desbocados y su madre la escondió rápido bajo la cama. Primero mataron a su padre, que, inútilmente, trató de defender su casa. Su madre no tuvo tanta suerte. Cuando cesaron los gritos, robaron su pobreza y se fueron estrepitosamente, salió de su escondrijo para encontrar a la mujer que le había dado la vida desnuda, desgarrada, humillada y asesinada. No tuvo fuerzas ni para llorar.
Esperó a que se hiciera de día abrazada al ya frío cadáver de su madre y se fue de casa con la espada de su padre como compañera. Ya no era sólo una niña, era una niña guerrera. Confusa se lanzó al bosque en busca de venganza. Era peligroso, pero ya nada tenía, así que nada podía perder.
Cuando ya estaba en el corazón de la arboleda y la humedad había calado en sus huesos y en su dolor, un bandido se interpuso en su camino, puñal en mano y amenazas en los labios. Mostró los dientes, negros y podridos, y se acercó desafiante a ella. No tenía nada que él pudiera hurtar, aparte de su inocencia, y eso la envalentonó. La niña guerrera alzó el acero, el hombre no esperaba un ataque, así que no tuvo tiempo de defenderse. La joven hincó la afilada daga en ese cuerpo tres veces más grande que ella. Atravesó carne, hueso y vísceras, no se explicaba de dónde había salido tanta fuerza, quizá fuese su rabia. Levantó la cara y se topó con los ojos del salteador. En ellos, antes encendidos por el odio, asomó una expresión de sorpresa. En ellos, antes puro fuego, se apagaba la vida. Cuando se quedaron gélidos e inertes, el hombre perdió la fuerza y ella soltó la empuñadura dejándole caer. Se desplomó ensangrentado sobre la húmeda tierra y en ella se agolparon los remordimientos.

El mar se alojó en su mirada y las lágrimas le quemaron el rostro. Lágrimas de horror, rabia y arrepentimiento. Sollozó acurrucada junto al tronco de un árbol, asqueada por la injusticia de la vida, y preguntándose por qué para salvar su vida, había tenido que sesgar otra. Cuando se recompuso, la niña guerrera arrancó la espada del cuerpo del ladrón y siguió por la lúgubre senda, desconocedora de que en pocas horas había envejecido cien años.

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