Amaneció un sábado lluvioso, justo
después de haberme quitado de encima el examen de la UNED. El cansancio de una
semana de intenso estudio, me demandaba un plan tranquilo para la noche. ¿Qué
mejor que ir al cine? Había pasado toda la semana vigilando la cartelera, observando
cómo la ganadora del Goya a la mejor película permanecía en exhibición en dos
salas, temblando porque la fueran a retirar antes de que pudiera ir a verla... como
ya me pasó la anterior vez.
Cartel de Tarde para la ira |
Y es que Tarde para la ira estuvo poco tiempo (y en pocas pantallas, y con
pocos pases) en los cines de Zaragoza cuando se estrenó. O al menos eso me
pareció a mí, porque el día que quise ir, ya había desaparecido. Me fastidió
mucho, porque realmente tenía muchas ganas de ver a Raúl Arévalo al otro lado
de la cámara. Así que, cuando ganó el gran premio del cine español, me alegré
mucho, principalmente porque sabía que eso significaba que volvería a tener la
oportunidad de ir al cine a disfrutarla. Aunque, aquí, en mi ciudad, tan sólo se
ofrecía en dos pantallas y con un horario más que limitado. Tuvimos que ir
hasta Plaza (lejos, para los que no seáis de aquí), llegar justos de tiempo,
pagar el precio completo porque en Yelmo Cines no aceptan el carnet joven (¿por
qué? Con el poco tiempo que me queda para disfrutarlo y me quitan una
oportunidad), abonar un precio desorbitado por unas palomitas, un refresco y un
botellín de agua (era la hora de cenar, algo teníamos que comer) y entrar con
la sala a oscuras pues ya había empezado la proyección, algo que odio. Benditos
anuncios que permitieron que la pudiéramos visionar entera. A mí me gusta ver trailers en el cine, soy así de rara. Lo
que no me agrada nada es que me pongan los mismos anuncios que ya veo en la
televisión, yo voy a disfrutar un rato del séptimo arte, por favor, no me
interesa la publicidad de coches.
Y volviendo ya a la película,
Raúl Arévalo como actor me encanta, y, sinceramente ahora que lo he visto en el
papel de director, no sé de qué manera lo prefiero. Se nota que él sabe de
esto, que ha consumido cine hasta la saciedad y que ha aprendido de los directores
con los que ha trabajado. Lo demuestra la manera en la que maneja la tensión,
la forma de narrar la historia, el trabajo impecable de los actores, la manera
de retratar los sentimientos de los personajes. Muy bien, Raúl, muy bien. Me
alegro de que la Academia te reconociera el trabajo que hiciste. Si esta es tu
ópera prima, ¿qué vas a hacer después? Espero ansiosa para verlo.
En cuanto a los actores, Antonio
de la Torre está fantástico, como en todas las películas en las que lo he
visto. Este género se le da especialmente bien, pero no me olvido de ese
despreciable personaje de Gordos,
cínico y egoísta, que tan bien interpretó. Esta vez no te llevaste el Goya, no
puede ser todos los años.
El que sí que se lo llevó fue
Manolo Solo, como actor secundario. Un papel corto, tanto que llamarlo
secundario a mí se me hace grande, pero bueno, es cierto que el rato que
aparece en pantalla es uno de los mejores de la película, aunque sinceramente,
a mí me parece que lo es gracias a Antonio de la Torre y, sobre todo, a Luis
Callejo. Tal vez la gente no coincida conmigo, pero Luis Callejo tiene mucha
culpa de que la película funcione. Sobre todo esa parte, su mirada, junto con
la música y la cara de póker de Antonio, hacen que la tensión llegue a la
cumbre. Yo me removía en el asiento, “¿será capaz de hacerlo o no?”, me
preguntaba. No soy más precisa por no hacer spoiler.
Sí diré que, al final, José (Antonio de la Torre), lo hace, ante la incrédula
mirada de un Curro (Luis Callejo), que espera atónito a que todo termine.
Y a partir de aquí todo cambia.
Pasamos del orden al caos, de la armonía al desequilibrio, de la paz a la
lucha, de la preparación a la acción, de la contención a la ira. Pero una ira
sosegada, medida. Una furia que el personaje de José ha acumulado, ha guardado
para sí, la ha hecho suya y sabe gestionarla tan bien que tú, como espectador,
y Curro, como testigo, te sorprendes, pues esperas que él se muestre como un
desequilibrado, como un demente, pero no, el personaje te parece excesivamente
normal. Y eso te agita por dentro, te conmueve, y te hace sentir y pensar. Algo
indispensable en una película, al menos para mí, que no me deje fría. Que salga
del cine y algo haya cambiado.
José está tan obsesionado con
llevar a cabo su venganza que todo lo demás le da igual. Pero a ti no. Tú eres
consciente de todo lo que se está rompiendo, de cómo José arrasa con todo,
hasta consigo mismo, todo con un traje de pasividad inaudita. Y sientes pena
por él. Sobre todo en esa una escena en la que le relata a Curro por qué lo
hace, cómo está deshecho por dentro, vacío, tanto que no le importa lo que a él
le pase. Sólo quiere acabar.
Arévalo nos muestra una parte de
la sociedad que ha aprendido a sobrevivir a base de la delincuencia. Es tan
realista el retrato que se hace, que a veces llega a lo grotesco, y con eso
consigue un efecto de rechazo en los que asistimos a la narración. La historia
empieza en un barrio de clase media-baja, con gente que vive con lo justo, y
que es feliz. Feliz porque ha hecho lo que tenía que hacer para salir adelante,
y se ha perdonado los errores. Pero José no ha olvidado lo que hicieron, y hará
justicia.
No os engañéis, no es una
película de mucha acción. Yo diría que es un filme que se basa en la tensión,
en tener al espectador en vilo. El manejo de los planos, del sonido, la música,
produce la sensación de estar al borde del abismo gran parte del metraje, hasta
que, Arévalo, en ocasiones nos deja caer y otras nos da la mano para
rescatarnos.
Por sacarle algo negativo, diré
que a mí no me queda muy claro por qué se realiza el atraco a la joyería que
desencadena todo y cómo convencen a Curro para que participe. Igual me perdí
algo masticando palomitas y no me enteré. Además, aunque a mí me haya gustado
mucho, he de decir que los que estaban delante de nosotros salieron de la sala diciendo
que había sido horrible. Como ya dije con La
la land, para gustos, colores.
Durante los alrededor de noventa
minutos (duración perfecta, no hacía falta más, y tampoco menos) en los que se
extiende la cinta, Arévalo nos enseña tan sólo el desenlace de un plan que
llevaba ocho años fraguándose. Es la historia de un hombre tranquilo, apacible,
al que por dentro le bulle la rabia, hasta que explosiona en silencio. Y eso te
hace cuestionarte hasta qué punto conocemos a las personas, cuánto ocultamos y
qué dejamos ver a los demás.
Es un filme cuya estética
recuerda mucho a La isla mínima y tal vez a No habrá paz para los malvados, pero que Raúl Arévalo ha sabido
llevar a su terreno, con un estilo que tiene ese toque personal que le hace
falta a un buen director. Así que, ¿para cuándo la próxima, Raúl?
Raúl Arévalo con su Goya a mejor director novel |
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