Hacía calor, mucho. La niña
jugaba en la orilla del mar creando castillos con cubitos que se derrumbaban
porque la arena no estaba suficientemente húmeda. Pero ella era obstinada y no
se rendía, tenía que crear una fortaleza para el Rey y la Reina, es decir, para
la pala y el rastrillo, y era fundamental que tuviera cuatro torres en las
cuatro esquinas de la muralla que defendería la residencia del interior.
Su madre se acercó a ella: «vamos a
llamar a papá», la niña se levantó dejando de lado su construcción,
hablar con su padre, que se había quedado trabajando y sin vacaciones, era mucho más importante. Se encaminaron hacia una cabina
telefónica, ella avanzaba a pequeños saltitos, canturreando, de la mano de su
progenitora. De repente, algo llamó su atención, en un banco del paseo había
una muñeca, pequeñita, abandonada, triste. La chavalilla paró de golpe. La
madre buscó con la mirada la causa y ella señaló al juguete, boquiabierta,
sorprendida. «¿Quieres cogerla?», la respuesta fue sí, pero después pensó que
tal vez la muñequita tuviera dueño y que si ella la raptaba podría causarle
mucho dolor al chiquillo que la hubiera perdido, era muy posible que alguien fuera a
buscarla en un rato. Así que la dejó allí y fueron a por un teléfono.
Habló con su padre de lo fantástico
que era estar en la playa, ir a las ferias, jugar en el parque, comer gofres,
pasear… A la vuelta casi había olvidado la muñeca, pero la volvió a ver, quieta
en el banco, inerte, rogándole que la recogiera. Como si su madre hubiera leído
su pensamiento le dijo «Si tuviera dueño ya hubiera vuelto a por ella, cógela».
La niña corrió hacia el banco y la tomó tímidamente entre sus manos, como si
estuviera robando. Se reunió con su madre y volvió a la playa. Allí se dio
cuenta de que ese juguete había tenido dueño, un dueño malvado que había
realizado una incisión de lado a lado del cuello de la muñequita. La había
degollado. ¿Quién podía hacer eso a un juguete, al mejor compañero, al amigo
silencioso con el que se podía contar, sobre el que se lloraba, con el que se reía…?
La niña se estremeció ante tanta maldad.
Ya en casa su abuelo decidió ayudarle
a curar a su nueva adquisición. Le puso una bufanda de cinta aislante a la
muñeca para sanar la raja y le advirtió a la niña que jugara con cuidado, pues
podía romperse del todo. «Eres toda una heroína, has rescatado a la muñequita
de la muerte y le has dado una vida mejor, una segunda oportunidad», le hizo
saber. La niña sonrió orgullosa y no se separó de ella nunca jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario