Hace un tiempo hablaba aquí del
gato acróbata de mis vecinos de enfrente, el que se paseaba por la baranda de
la terraza. Pues bien, me he dado cuenta de que yo hago como él. Y casi todas
las personas lo hacen también. Estamos en una metafórica barandilla. Si caemos
hacia dentro nos sentimos seguros y, por desgracia, aburridos, si es hacia
fuera nos desprendemos hacia un agujero negro de amargura y soledad.
Por muy extraño que parezca, es
el punto medio donde se encuentra la felicidad del ser humano. Quiero decir, el
equilibrio entre lo que queremos y lo que podemos, lo que debemos ser y lo que
ansiamos ser, lo que buscamos y con lo que nos encontramos. Allí está nuestro
verdadero yo y con el que tenemos que convivir. Pero el camino a ser el gato
circense que nunca se cae es difícil, no todos tenemos esa soltura para andar
sobre tan estrecho trozo de metal. Hay algunos factores, comparables al viento
en ese balcón de enfrente, que hacen peligrosa la búsqueda.
No todo sale como queremos que
resulte. No todos llegamos a ser lo que deseamos ser. El bienestar lo alcanzan
aquellos que encuentran el término medio, los que son capaces de luchar por sus
sueños y, sobre todo, aceptar las derrotas. Asumir las frustraciones como parte
del propio ser, hacerlas nuestras y aprender de ellas. Sólo así se puede seguir
adelante y reiniciar el combate por otro proyecto.
Hay que adaptarse al medio, esto
es la supervivencia. Si falla nuestro primer plan habrá que buscar un segundo. Las ilusiones nos mantienen en movimiento. El error es estancarse, compadecerse, hacer del fracaso nuestra seña de
identidad y no algo que, a veces, sucede sin más. Todos perdemos batallas,
incluso aquellos que se autodenominan triunfadores. Tenemos que sobreponernos,
superarnos y sortear la caída libre, al pozo sin fondo, la tristeza.
Si por un casual habéis caído, tenéis
que saber que nosotros no somos como los gatos. No tenemos siete vidas. Tenemos
mil más. Hay que agarrarse a lo primero que veamos firme y trepar hasta nuestra propia
barandilla. Nuestro suelo está mucho más abajo y no vamos a llegar a tocarlo.
No lo haremos.
Y, sobre todo, sed conscientes de
una cosa, cada uno es feliz de una manera, no os guiéis por lo que los demás crean
que es lo mejor, nadie está equivocado, cada uno tiene su propio alféizar en el
que batallar. No dejéis que menosprecien vuestros objetivos, son magníficamente diferentes, no
son peores ni mejores.
Así que recordarlo, aferraos al
equilibrio imposible. Convertid los sueños en metas y los errores en
enseñanzas. Yo aún estoy aprendiendo a ello.
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