Llevaba tiempo sin actualizar el
blog. Podríamos decir que por falta de temas sobre los que hablar, y ante el
miedo de transmitir siempre lo mismo y pecar de pesada, parece mejor callarse y
respetar la quietud. Como dicen: si lo que tienes que decir no es más bello que
el silencio, no lo digas. Cabe la posibilidad de que también me encontrara
carente de la ilusión con la que lo abrí, el pobrecillo no tiene mucho éxito.
Entono aquí el ‘mea culpa’, puede que yo no esté en la élite de los escritores,
estoy ensayando, estoy aprendiendo, como todos nosotros, y digo todos porque os
contaré un secreto: en la vida nunca se conoce lo suficiente. Aunque, bien
mirado, el motivo que me ha llevado a abandonarlo durante tanto tiempo es que
he estado ocupada escribiendo algo distinto, un proyecto en el que llevo ya más
de dos años y que no avanza tan rápido como a mí me gustaría, pero los días
tienen veinticuatro horas, y por mucho que nos empeñemos en ampliarlas no hay
negociación posible con el tiempo.
Lo que me ha traído hoy aquí es
mi desencanto con la especie humana en general y mi necesidad de compartirlo
con quien se asome por aquí. Es arriesgado generalizar, soy consciente, pero en
varias ocasiones, muy cercanas, por desgracia, me he visto totalmente
decepcionada por mis congéneres. Y para muestra, esa frase que cantamos cuando
vemos un acto solidario: «aún
hay esperanza»… un momento,
meditémoslo un segundo, la bondad no debería ser algo extraordinario, debería
ser la tónica general.
Por favor, no os sintáis
aludidos. Como yo, perteneceréis a ese espectro de población que sí se
comporta conforme a las normas y es capaz de ayudar cuando se percata de que es
necesario. Y es que aquí no estoy hablando de irnos a África a combatir el
ébola, valientes a los que admiro profundamente. Me refiero a algo mucho más
sencillo y cercano que todos podemos practicar: el civismo.
¿O no es civismo ayudar cuando somos
testigos de un incidente violento? Fijaos si ya es poco lo que pido, ni
siquiera que nos metamos por medio, tan sólo que usemos los sentidos (y el
móvil para llamar a la policía). Pero
no, parece mucho más fácil mirar para otro lado, o peor aún, ponerse del
lado del más fuerte y hundir al débil.
¿Por qué cuando ven una
injusticia, en vez de denunciarla, algunos se vuelven ciegos, sordos y mudos?
¿Tan malas personas son? O simplemente son... cobardes.
Por favor, a todas aquellas personas
que alguna vez perdieron sus ojos, sus oídos y su boca, reflexionad, imaginad
que el agredido es vuestro hijo o hija, vuestro padre o madre, vuestro hermano
o hermana, vuestra pareja, vuestro abuelo o abuela, vuestro primo o prima,
vuestro tío o tía, vuestro mejor amigo o amiga… Poneos en el lugar de esa
persona y de sus familiares. Os gustaría que os ayudaran, ¿verdad? Todos
estaréis pensando, qué estupidez, la gente no ignora estas situaciones, es
imposible mantenerse al margen y huir… Os digo yo que sí, no que seáis vosotros
los que deis media vuelta y continuéis con vuestra vida, pero los hay que así obran.
Y de esta despreciable manera hemos
cimentado una sociedad en la que una persona que ayuda a otra es un héroe, residimos
en un Gotham lleno de villanos pasivos.
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