Cartel de La la land |
Ayer, por fin, fui a ver La ciudad de las estrellas. La la land.
Digo por fin porque desde que me enteré de su existencia sentí gran curiosidad por
descubrir qué tenía este musical que había cautivado a público y crítica (casi
toda, opiniones hay para todos los gustos). Así que, dejando pasar el fin de
semana del estreno por motivos varios, nos dispusimos a asistir al pase de las
22.00 en el cine Cervantes de Zaragoza. Y cuento a qué cine fui porque estando
allí, sentadita en mi butaca, me acordé de que en esa misma sala fui a ver otro
musical, Mamma mía.
Quiero aclarar que lo que aquí
voy a contar es mi visión personal, que obviamente puede ser compartida o no. Para
gustos, colores.
Lo primero, si no os gustan los
musicales, esas películas en la que los actores se ponen a cantar y a bailar
sin que venga a cuento, no vayáis a ver este filme. No os molestéis. La la land es un musical desde el minuto
uno. De esos que consiguen que te abandones a su magia, de los que sales de la
sala con ganas de marcarte un cante y un baile. Avisados quedáis, si no
soportáis los musicales gastaos el dinero en otra cosa. O dadle una
oportunidad, quizá os sorprenda. Quién sabe.
Dicho esto, destacaré, sin
destripar la película, lo que más me ha gustado. Y lo que menos, si es que hay
algo, porque tengo que confesar que a mí me ha conquistado. Me atrapó y no me
dejó escapar. Sentí con los personajes, padecí con sus fracasos y vibré con sus
éxitos.
La la land nos cuenta una historia de amor entre Mia y Sebastian
(Emma Stone y Ryan Gosling), una trama sencilla. Chica conoce chico, se
enamoran, son felices y… hasta aquí puedo leer.
Aunque precisamente esta parte es
la menos llamativa de la cinta. La la
land es algo más que una narración del romance entre dos personajes
entrañables. Habla sobre todo de los sueños, y de qué pasa cuando estos tardan
en cumplirse, o cuando no se cumplen. Del miedo al fracaso, de hasta dónde
estamos dispuestos a arriesgar, ya que llega un momento en el que si sigues
apostando a un mismo número y este nunca sale, se pierde demasiado. Se pierde
la ilusión. Y eso duele mucho. Y me encanta que se muestre ese límite, ese
momento en que la incertidumbre se apodera de uno mismo y nos rompemos. Porque dudar
no es síntoma de debilidad, es síntoma de realidad. Y también me gustó ver cómo
evolucionan los personajes, cómo bailan con sus ideales y cómo luchan contra
sus propios monstruos.
Hay que detenerse en el uso de la
luz y del color. Se crea un mundo onírico, la realidad deja de importar. El
director parece hacerse esa pregunta que nos hacemos los creadores ‘¿y por qué
no voy a hacer esto?’. Damien Chazelle decide que en el mundo de La la land todo es factible, es un
musical, y si él quiere, los personajes pueden volar. Así se consiguen esos
momentos irreales, incluso posmodernos, que me llegaron a evocar levemente a Moulin Rouge. Y sí, como todos los que
hablan de la película, también es un gran homenaje a los musicales del pasado,
aunque sinceramente no he visto muchos para poder opinar con fundamento.
Emma y Ryan están muy bien.
Siempre en los musicales me gusta sorprenderme con cómo cantan y bailan intérpretes
a los nunca antes había visto en esta tesitura, y ellos pasan el examen con
nota. Y, además, él toca el piano.
Y por último, precisamente por
ser lo más importante (para desafiar las leyes del periodismo y su pirámide
invertida), hablaré de la música. Podría resumirla en la palabra ‘maravillosa’.
Soy incapaz de ser objetiva, porque a mí me ponen un piano y ya me han ganado.
Me encanta su sonido, sólo ese instrumento puede emocionarme. La banda sonora, obra de Justin Hurwitz, es preciosa, emotiva, dulce. Acompaña a los personajes, los une y los
distancia, ríe con ellos, llora con ellos. Hace sentir, como dice Sebastian es 'pura emoción'. Mia and Sebastian's Theme es precioso. Tanto que, después de
mantener meses mi piano en silencio, he decidido ponerme frente a él para
arrancarle esas notas. Ojalá algún día la aprenda entera.
Sebastian, Ryan Gosling, al piano |
En resumen, si os gustan este
tipo de películas, no os decepcionará, al revés, la disfrutaréis. Es un filme
de soñadores para soñadores, con la dosis de realidad justa, suficiente, para
que no defraude a los más sensatos.
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